jueves, 5 de mayo de 2016

Socotra: La historia de este mundo perdido

Es la isla principal de un archipiélago que integra la República de Yemen. Está ubicada junto a otras tres pequeñas islas (Abd Al Kuri, Samha y Darsa) sobre el océano Índico a 350 kilómetros de la costa arábiga, justo en el cuerno de África. Su clima desértico, árido y semiárido tropical monzónico la mantiene alejada de casi todo.
Menos de 40 mil personas viven en
sus 3.600 kilómetros cuadrados de superficie y sobreviven –sin agua corriente ni electricidad- de los recursos de la pesca, la agricultura y la ganadería. A finales del siglo pasado, se dictó un Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo dedicado a la isla para que los habitantes de Socotra críen ganado y cabras como modo de subsistencia.

Tiene un paisaje desconfiado, inverosímil, que confabula contra las idealizaciones convencionales que se entienden como paisajes hermosos. Animales que nadie identifica, plantas que nadie reconoce y una naturaleza tan extravagante que se cree extraterrestre. Parece una creación de ciencia ficción. Una tierra encantada, mágica, descontextualizada del mundo, traída de otros confines de la galaxia. Pero la suerte de Socotra es también su tragedia.


La suerte es su rasgo endémico, el carácter único de su biodiversidad. Un tercio de las 900 especies de plantas no existe en otras partes del mundo. Una porcentaje similar de reptiles y aves son nativos de estos lares e infrecuentes en otros. Cientos de miles de seres son exclusividad de la isla: un arca perdida en el Índico por la acumulación de años y aislamiento. Un ecosistema irrepetible, una biología característica reconocida como patrimonio natural por la Unesco desde 2008, y valorada también por la Unión Europea y por la Organización Internacional de Protección del Medio Ambiente para la Conservación.



Podrá ser una isla inexplorada e ignorada por las personas, pero los efectos del cambio climático no excluyeron a Socotra del mapa. En noviembre de 2015, en el lapso de una semana, los ciclones Chapala y Megh (el primero fue un huracán y el segundo devino en tormenta tropical) mataron a 14 personas y provocaron cuantiosos daños medioambientales. Destruyó, a la vez, la modesta infraestructura de la isla, el puerto y las redes de telecomunicaciones. Y se estima que, de los 50.000 habitantes afectados y desplazados en Yemen, 18.000 de ellos eran nativos de Socotra, casi la mitad de su población.



Pero su cualidad de aislamiento también la puede salvar. La gran cantidad de peces que pueblan las costas del archipiélago se explica por la pesca de subsistencia que emplean sus habitantes: pocos, los necesarios para sobrevivir. Los camellos tienen limitado su radio de acción para no alterar el frágil equilibrio de las comunidades vegetales. Los nativos tienen especial sentido de la conservación anclado en el respeto por la tierra y que le provee un sentido de virginidad al medio natural. Su geografía, sus latitudes, su relieve, la nula intervención desarrollista humana derivan en una biodiversidad única y endémica. Aun en los tiempos actuales en la isla se siguen descubriendo nuevas especies.




La formación vegetal más admirable de la isla se ubica en los acantilados, al pie de las montañas. La vegetación allí está dominada visualmente por el árbol de pepino, Dendrosicyos socotrana, una subclase particular de la rosa del desierto. Más arriba, en las montañas, domina la dragonera de Socotra (Dracaena cinnabari), con una copa en forma de paraguas. Probablemente ese espécimen tan extravagante e infrecuente sea uno de los máximos íconos de la esencia y la historia de la isla. Su resina roja (por eso se la llama "sangre del Dragón") se utiliza en artesanías, medicina y también se exporta.





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