lunes, 21 de febrero de 2022

La amistad según Aristóteles

 


Aristóteles sostiene que "sin amigos nadie querría vivir". Incluso los que disfrutan de poder y grandes riquezas, necesitan amigos, pues son "el único refugio" en la pobreza y la desgracia. La amistad ayuda a los más jóvenes a no cometer errores y alivia la vulnerabilidad de los más viejos. Y en los momentos de plenitud, contribuye a que prosperen los buenos proyectos y las nobles acciones. Aristóteles cita un célebre párrafo de la Ilíada: "Dos marchando juntos". Y añade: "Con amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar".


La convivencia con los hombres buenos es un inmejorable estímulo para la virtud
La amistad es una oportunidad de "hacer el bien". Sin vínculos cálidos y estrechos, el ser humano no puede desarrollar sus sentimientos más dignos: la justicia, la benevolencia, la magnanimidad. La amistad crea lazos entre las personas y mantiene la paz en las ciudades: "Cuando los hombres son amigos, ninguna necesidad hay de justicia". La polis es una forma de amistad, pues su misión es garantizar el bien de todos. Cuando impera en la sociedad, surge la concordia, sin la cual la convivencia se despeña por la aspereza y la confrontación. Desgraciadamente, los políticos suelen alimentar los enconos. Es lo que nos ha enseñado la historia. Desde la muerte de Aristóteles en 322 a.C., las guerras se han sucedido y muchas veces han sido fruto de enemistades artificiales.
La amistad no es solo necesaria, puntualiza Aristóteles. Además, "es hermosa". Hay distintos tipos de amistades. Algunas nacen del interés, de la esperanza de obtener algún beneficio. En esos casos, se busca la compañía del amigo porque resulta útil o agradable. Aristóteles califica estas relaciones de amistades por accidente, porque en ellas "uno no es amado por lo que es, sino por lo que procura, ya sea utilidad ya placer". Tales amistades se disipan con facilidad. Basta que deje de advertirse placer o utilidad. Es lo que suele suceder con los jóvenes, que se hacen amigos rápidamente y se alejan de repente. A veces, un solo día es el escenario de esa historia de afecto y ruptura.
Frente a esas amistades, precarias y efímeras, la amistad de "los hombres buenos e iguales en virtud" es duradera y sólida, pues el aprecio no se basa en algo accidental, sino en lo que el otro es en sí mismo. "La virtud es algo estable", escribe Aristóteles, y produce beneficios mutuos: "Los buenos no solo son buenos en sentido absoluto, sino también útiles recíprocamente". Esa clase de amistad exige tiempo. Tardamos en comprobar que una persona es digna de nuestra confianza. La amistad es un tapiz que se elabora lentamente, no algo que brota de forma espontánea.
Aristóteles afirma que la amistad entre malvados es imposible, pues ese tipo de hombres solo busca el beneficio propio. No son capaces de amar y no conocen la generosidad. No se fían los unos de los otros y prestan oídos a las calumnias. Los hombres buenos no se dejan contaminar por la maledicencia, pues confían en sus amigos. Eso sí, no son inmunes a la distancia y a la falta de trato, que diluyen los afectos. Aristóteles advierte que no es posible ser amigo de muchos. La amistad exige intimidad y esa experiencia nunca puede ser multitudinaria.
Solo debemos ser intransigentes con el mal. No podemos amar a los malvados
Por otro lado, la amistad solo es posible entre iguales. Un hombre y un dios no pueden ser amigos, pues no puede existir reciprocidad ni cuidado mutuo. La amistad con alguien malvado o indigno constituye una aberración, pues el mal y la indignidad no pueden amarse en ningún caso. Y si se hace, se corre el riesgo de acabar participando de ellas. Si descubrimos que uno de nuestros amigos es un malvado, debemos alejarnos de él, salvo que apreciemos la posibilidad de corregirlo. Para escoger un amigo, no es suficiente que no sea malvado. Además es necesario compartir los mismos gustos y alegrarse por las mismas cosas. De no ser así, la relación sería penosa y conflictiva. "El amigo es otro yo", escribe Aristóteles.
La amistad es algo que nos permite objetivar nuestros afectos y explorar nuestro interior. Se parece a una obra de arte, que siempre obedece al impulso de hacer el bien, purificando las pasiones mediante la experiencia estética. En ese sentido, la amistad es una forma de amor a uno mismo, pues no es posible mejorar sin experimentar apego hacia nuestro propio yo y buscar su plenitud. "El hombre bueno debe ser amante de sí mismo porque se ayudará a sí mismo haciendo lo que es noble y será útil a los demás". El hombre bueno se guía por el intelecto, que le revela que vivir noblemente siempre es mejor que entregarse a los placeres efímeros. Al realizar "una acción hermosa y grande", como dar la vida por la patria o los amigos, "elige para sí el bien mayor". La convivencia con los hombres buenos es un inmejorable estímulo para la virtud. "La vida es buena por naturaleza", pero a veces lo olvidamos. La cercanía de amigos de espíritu noble y justo nos permite vivir otras vidas, salir de nosotros mismos y enriquecernos con las virtudes ajenas. En los momentos de infortunio, su proximidad nos alivia, pero no debemos esperar que gimoteen con nosotros –algo que Aristóteles considera propio de mujeres y hombres débiles-, sino que nos acompañen con serenidad, compartiendo nuestra pena dignamente.
Hemos perdido la mayor parte de la obra de Aristóteles. Solo conservamos los apuntes que escribía para preparar sus clases y unos pocos tratados, como la Ética a Nicómaco. Sabemos que escribió diálogos con forma literaria, semejantes a los de Platón. Cicerón dijo que la obra del fundador de la Academia era "plata" y la de Aristóteles, "oro", un hilo dorado que deslumbraba con su belleza y elegancia. Las páginas dedicadas a la amistad corroboran que su juicio no era desatinado. ¿Podemos concluir algo sobre esas enseñanzas, que han sobrevivido a las contingencias de la historia y la criba del tiempo?
Pienso que sí. La vida no es caos y azar, sino algo bello y digno de estima, como lo demuestra la existencia de la amistad. Sin amigos, nuestra existencia siempre estará incompleta, pero el afecto no debe oscurecer la pasión por la verdad. La filosofía es un esfuerzo de comprensión, no una forma de acomodarnos a las circunstancias. De todas formas, la verdad no nos impone romper con los amigos. Podemos discrepar sin que eso menoscabe el aprecio. Solo debemos ser intransigentes con el mal. No podemos amar a los malvados. Nos lo impide el compromiso con el bien, que es la esencia de una filosofía correctamente orientada.
Aristóteles no escribió solo para sus conciudadanos. Sus palabras sobre la amistad son un aldabonazo en el porvenir. Lejos de haber caído en el olvido, siguen escuchándose como ese rumor áureo del que habló Cicerón, recordándonos que nuestra civilización se forjó en Atenas, esa pequeña ciudad donde el espíritu sopló con la delicadeza de una lira y la fuerza de una tempestad.


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